Capítulo uno - Una noche con Rubí - Catherine Brook

Londres 1816.

Rubí Loughy se ajustó por última vez su máscara roja en el momento en que el carruaje de alquiler se detuvo frente al Pleasure club.

"The pleasure club" era una famosa casa de juegos, preferida por los aristócratas y especial, porque, al menos una vez al año, organizaba mascaradas y en esta se permitía el acceso a mujeres, normalmente de clase alta, que utilizaban el anonimato para hacer lo que la sociedad les tenía prohibido, ya fuera jugar, beber en exceso, o pasar la noche con algún amante sin riesgo de ser descubiertos por un marido celoso u ofendido.



Sin embargo, a pesar del anonimato proporcionado, cualquier joven soltera, decente y con suficiente cerebro, jamás se aparecería por esos lugares donde su inocente mente pudiera ser corrompida. Ella nunca se consideró estúpida y podía decirse que aún era inocente, pero aún así estaba dispuesta a entrar y no se iría hasta conseguir la información deseada.

-¿Estás segura de que deseas hacer esto?- la voz de su prima detuvo el avance de su mano hacia la puerta.

-Empiezas a sonar como Zafiro - respondió sin mirarla- claro que estoy segura.

-Está bien, si estas segura de hacerlo no seré yo quien te detendré, si hubiera querido hacerlo no hubiese venido contigo. El único motivo de la pregunta era terminar de aplacar mi consciencia.

Rubí giró la cabeza y sus hermosos ojos avellana observaron con diversión a su prima que en ese instante ajustaba su máscara azul celeste.

-¿Desde cuando tienes consciencia?- le preguntó en tono burlón.

Topacio Loughy se limitó a sonreír, de esa manera que solo ella podía lograr, una sonrisa fría que no llegaba a los ojos pero que resultaba atrayente y volvía sus facciones mas hermosas aún, de ser eso posible.

-Un pequeño atisbo de ella apareció hoy, pero nada que no se pueda solucionar al oírte asegurar que estás aquí por propia voluntad y que yo no te he arrastrado a nada.

Rubí sonrió, y, después de asegurarse de que su flamante pelo rojizo estaba bien sujeto y de que la máscara cubría gran parte de su rostro, abrió la puerta del carruaje y bajó haciendo un pequeño salto sin aceptar la ayuda del conductor.

Topacio siguió su ejemplo y luego de darle instrucciones al cochero para que las esperase, las mujeres se dirigieron a la entrada del club arrastrando sus vestidos color rojo y celeste respectivamente que habían elegido para la ocasión. Los vestidos eran de Rowena, ya que a una joven decente no se le permitiría nunca usar ese tipo de vestido con colores tan llamativos y con un escote digno de una cortesana.

Como esperaban, no hubo ningún problema en la entrada y al instante se encontraron admirando la magnificencia de lugar. Grandes columnas de marfil separaban un salón de otro. Las paredes estaban decoradas en blanco y dorado. Las velas estaban colocadas estrategicamente para que su luz fuera ampliada por los espejos colocados para ese fin. Los meseros iban de un lado a otro con copas de Whisky, vino y todo tipo de licores finos existentes. Atendían a la gente que se encontraba dispersa en grupos, tal y como estarían en una velada común, solo que esta no era una velada común. Las mujeres vestían de forma escandalosa y coqueteaban sin ningún pudor, mientras, los caballeros colocaban sus manos en lugares nada decentes y a ellas en lugar de disgustarle, parecía agradarle.

-Bueno, te dejo para que localices a tu objetivo, yo iré a ver en que me entretengo.

Los ojos de Rubí se abrieron como platos ante la declaración y Topacio sonrió.

-Juegos de cartas por supuesto, quiero poner en práctica lo que William me ha enseñado ¿En qué pensabas?

Rubí negó con la cabeza y sonrió.

-Anda, al menos sabré donde encontrarte.

Vio como Topacio desaparecía entre la gente pensando en que no tenía remedio. Su prima era muy hermosa, nadie podía siquiera ponerlo en duda. Su pelo caoba enmarcaba un rostro delicado. Su piel tenía apenas un tono ligeramente bronceado cortesía de la herencia gitana de su madre. Sus ojos eran grises y siempre expresaban un misterio, atraían de tal manera que era imposible despegar la vista de ellos una vez posaban su mirada ahí. Sin embargo, no todo podía ser un dotado de virtudes, muchos la consideraban una mujer fría e insensible, tal vez porque esa era la imagen que siempre quiso dar, incluso ante ella misma. Había que llegar a conocerla muy a fondo solo para saber que en el interior, muy en el interior, era distinta a lo que todos creían. Rubí sabía que ella guardaba secretos, nunca fue la misma desde aquella noche de la tragedia y no sabía si algún día volvería a serlo.

Obligándose a centrarse en su misión, empezó a buscar con la vista a su objetivo que no era otro que Lord Anderson, conde de Hereford.

Anderson era uno de los caballeros que la cortejaba, y que, según ciertas habladurías, estaba a punto de pedirle matrimonio. A diferencia de su hermana Esmeralda, ella era práctica y no tenía ideas románticas. Sabía que cuando se casara, quizá no lo hiciese por amor, pero al menos tenía que sentir cierto cariño y respeto hacia su pareja y estos tendrían que ser recíprocos.

A pesar de que no tenía muchas ganas de casarse, y de hecho venía eludiendo al igual que sus primas los múltiples intentos de Rowena por conseguirlo, sabía que debía hacerlo estando como estaba a punto de cumplir sus 21 años, si no lo hacía pronto, las propuestas desaparecían, pero estaba decidida a hacerlo, solo bajo las condiciones anteriores.

Le habían llegado rumores de que Anderson estaba en la ruina, que tenía miles de deudas de juego, y que solo quería casarse con ella por la cuantiosa dote que su padre le había asegurado antes de morir. Un hombre que se casaba con ella solo por eso, no podía respetarla y menos apreciarla, por lo que, si pensaba aceptar su propuesta, debía asegurarse que todos los rumores fueran inciertos, y en el fondo esperaba que lo fueran, el conde era la única opción que había considerado aceptable, se decepcionaría mucho si todo lo dicho por la gente fuera verdad. No tenía la certeza de que él asistiera, pero cualquier jugador empedernido lo haría, después de todo, era la famosa mascarada del Pleasure club.

Empezó a buscar al conde entre la gente enmascarada. No sería difícil de reconocer, a pesar de tener el aspecto común de un aristócrata ingles, alto, flaco, rubio y de estatura media, Anderson cojeaba de la pierna izquierda consecuencia de una herida de procedencia desconocida. Solo esperaba no estuviera sentado, entonces habría un problema.

Empezó a merodear por cada uno de los salones ignorando deliberadamente los piropos vulgares lanzados por caballeros pasados de copas.

Lo vio cuando iba a entrar a un salón del que acababa de salir y según recordaba estaban unos caballeros jugando un juego cuyo nombre desconocía. Se apresuró a seguirlo y lo alcanzó a tiempo para ver como se sentaba en la mesa de juego.

"Esto no augura nada bueno" se dijo mientras se acercaba a la mesa y simulaba ser una de las "damas" que observaban la partida con entusiasmo.

-Hereford, que bueno verte por aquí- dijo uno de los hombres de aspecto temible que estaba en la mesa- debo suponer que ya has conseguido mi dinero y tienes mas para jugar.

Notó como Anderson se ponía pálido y se removía incómodo en el asiento a la vez que hacía con la cabeza un gesto negativo casi imperceptible. Técnicamente sus sospechas ya estaban confirmadas pero algo la impulsó a quedarse ahí.

-To-todavía no lo tengo Jonh, pero pronto lo conseguiré, déjame jugar esta partida, puede que logre abonarte algo de lo que te debo,- su voz tenía un patético tono de suplica.

"Vaya hombre con el que pensaba casarme" se dijo.

-Y si pierdes la deuda será mayor- dijo el tal Jonh aunque eso era mas que obvio- no veo como podrás pagarla si es así.

-Me casaré pronto- afirmó.

Rubí se tensó al oír la afirmación y decidió seguir escuchando, después de todo, Anderson se había vuelto el centro de atención.

Jonh sonrió de forma calculadora.

-Entonces es cierto-dijo- la Señorita Rubí Loughy ha sido tan estúpida para aceptar tu propuesta de matrimonio.

Todos en el grupo soltaron una pequeña carcajada, todos menos Rubí claro, esta estaba muy ocupada apretando los puños y respirando hondo para contener la furia que la embargaba.

-Aún no, pero lo hará - aseguró.

Rubí ya sentía como la sangre empezaba a teñir su blanca piel y solo le quedo agradecer a la máscara que ocultara parte de sus mejillas.

-Debo admitir que te llevarías una buena mercancía si te casas con ella- comentó Jonh- es bonita, rica, y además cuenta con la protección de los duques de Richmond, pero ¿Estás seguro que te aceptará?

-Seguro- Anderson alzó la cabeza en gesto arrogante- la tengo comiendo de mi mano, la convenceré de casarnos por medio de una licencia especial y pronto será mi esposa.

-Entonces brindemos por ello- todos en la mesa alzaron las copas o vasos que tenían a la mano en señal de brindis- y por la noche de bodas que sin duda no será ningún sacrificio, quizás me la puedes prestar un día, como parte de pago

Quizás - concedió el canalla.

A esas alturas Rubí ya estaba temblando de furia. Tuvo que hacer gala de un gran autocontrol para no ceder a los instintos salvajes de la sangre irlandesa de su madre y lanzarse sobre él y sacarle los ojos, o tal vez romper una copa y usar el vidrio para cortarlo en pedacitos.

-Aunque tampoco es la mas bonita de sus primas- continuó hablando el desgraciado al verse el centro de atención- pero Dios sabe que es la más fácil de manipular. La rubia es muy inteligente, la morena es una arpía y la otra es muy joven. Sin embargo, me conformo con esta, será todo un placer tenerla debajo de mí.

Otras carcajadas resonaron en el lugar y Rubí llegó a la conclusión de que si no se iba de ahí pronto explotaría. No obstante su orgullo le impedía irse sin al menos lanzar un ataque aunque fuera pequeño, después durante la proposición de matrimonio lo pondría en su lugar.

-Vaya milord veo que tiene una opinión muy alta de si mismo-su voz hizo eco en la multitud que ahora tenía la vista posada en ella, pero ahora eso no le importaba- demasiado alta diría yo, al menos para alguien con un constitución semejante a la de un esqueleto, y para colmo una pierna mala. No creo que pueda complacer a una mujer así- lo repasó de arriba a abajo como para enfatizar lo dicho y pidió mentalmente perdón a Dios por la ofensa que sus palabras suponía a todas aquellas personas que sufrían una discapacidad y que eran mejor que esa alimaña, él debía saber que ella solo quería vengarse- no creo que su esposa tarde mucho en buscarse un amante.

Las carcajadas llenaron nuevamente el salón y Rubí vio con satisfacción como Anderson enrojeció de rabia. "bien, para que vea lo que se siente ser objeto de burla" pensó.

-¡Perra!- le gritó- ahora mismo te puedo demostrar de lo que soy capaz.

Ella no se dejó intimidar ni por el insulto, ni por la amenaza, en cambio, sonrió y habló con voz segura.

-No, gracias, aprecio demasiado mi tiempo para perderlo en imposibles.

Entre las risas de la multitud, Rubí giró sobre sus talones y salió con pose orgullosa del salón sin prestar atención a la mirada depredadora que la siguió hasta que hubo desaparecido.

Rubí estaba más que colérica en esos momentos, si bien estaba satisfecha con el resultado de la pequeña disputa, no era suficiente para satisfacer la necesidad de venganza que bullía en su interior. Había sido humillada públicamente y habían hablado de ella como si no valiera más que un objeto. Eso no se podía quedar así, por Dios que no se podía quedar así, se vengaría, de alguna forma haría que sintiese lo mismo que ella, tal vez no pudiera hacerlo públicamente o no se atreviera a tanto pero de que se vengaba, se vengaba.

¿Cómo se había equivocado tanto? ¿En verdad estuvo apunto de aceptar la propuesta de matrimonio de esa imitación de hombre? Agradecía haber abierto los ojos a tiempo, temblaba solo de pensar en lo que hubiese sido su vida si se hubiera convertido en su esposa.

Tomó una copa de la bandeja de un mesero que pasaba por ahí y dejó que el fuerte líquido de quemara la garganta.

Aún no podía creer que su intuición fuera tan mala. Solo dos hombres en todas sus dos temporadas habían considerado aceptables y con los dos se había equivocado horrible. Sin embargo, esta equivocación era en demasía peor que la anterior. El conde no solo no era un caballero aceptable, sino que para ella no era ni siquiera un hombre, de hecho ahora no lo consideraba más que una alimaña.

Se recostó en una de las columnas de mármol y apuró el contenido de su copa. Tenía que tranquilizarse, no podía buscar a Topacio hasta que no lo hiciera, esta notaría inmediatamente su mal estado y querría saber que pasó, y, aunque era inminente que se enterara, Rubí prefería que sucediese cuando ya estuviesen lejos de ese lugar.

Eran pocas las veces que Topacio Loughy perdía el control, siempre solía comportarse con ante todos con una fría indiferencia que rara vez se alteraba, pero cuando lo hacía, no auguraba nada bueno para los que estaban alrededor. Muchos la consideraban una mujer fría e insensible, y en cierta parte lo era, pero Rubí la conocía desde su nacimiento y sabía, que al menos cuando de su familia se trataba, no lo era, por ende, estaba segura de que cuando se enterara de todos los detalles (porque de alguna manera conseguiría sacárselos) no se lo tomaría bien, y todos sabían que el mal carácter de Topacio Loughy era legendario como de mortal podía ser su lengua. A ella no le importaría montar un escándalo en donde hiciera uso de alguno de esos famosos talentos, pero a Rubí si le importaría, por ello, prefería que todo se mantuviese en secreto, en la medida de lo posible, al menos hasta que estuvieran a unos kilómetros de distancia y fuera imposible dar marcha atrás.

Detuvo a un mesero, agarró otra copa y se la tomó. Al ver que no funcionaba, volvió a hacer lo mismo, pero el licor parecía un remedio inútil. Por su mente no dejaban de pasar cada uno de los insultos dirigidos a su persona, desde poco inteligente a no ser excepcionalmente hermosa, y con solo pensarlos la rabia aumentaba ¿Quién se creía él?

Solo después de la cuarta copa empezó a sentirse mejor y eso porque su cerebro ya no podía pensar con claridad y estaba un poco mareada. Por lo visto, se había pasado de copas, lo mejor sería irse.

-Debo admitir que su actuación fue espléndida, y solo puedo admirar su capacidad para dar su merecido con solo unas palabras. Es usted una mujer excepcional y solo me puedo preguntar ¿Qué hace una joya como usted sin compañía?

A pesar de la máscara negra que ocultaba su rostro y de la nube de alcohol que empañaba su mente, Rubí no tuvo dificultad en reconocer la voz del recién llegado. Esa voz no era otra que la del primer hombre del que se decepcionó, el marqués de Aberdeen.

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