Capítulo tres - Una noche con Rubí - Catherine Brook

Rubí agarró las sabanas para cubrirse y bajó inmediatamente de la cama mientras se reprendía una y otra vez la estupidez que acababa de cometer. Se había vuelto loca, completamente loca, tan loca que deberían internarla en Bedlam.



Todo el alcohol pareció haberse esfumado de su mente y la realidad cobraba cada vez mas vida. No, en verdad no pudo haberse acostado con Aberdeen, ¡no pudo haberse acostado con nadie! ¿En serio había perdido su virtud esa noche? ¿En verdad se había dejado seducir de esa manera hasta el punto de haber perdido todo rastro de sentido común?

Un tanto mareada, busco con la vista su ropa hasta que la vio en una pila en el centro de su habitación. Ignorando el dolor entre sus piernas, se acercó rápidamente a ella y empezó a vestirse ignorando la otra presencia en el cuarto, su mente estaba en esos momentos en lo recién acontecido y en las posibles consecuencias. ¡Estaba arruinada! No se podría casar nunca, y no es que el asunto pudiera salir a la luz, aún llevaba la bendita máscara, algo torcida, pero la llevaba, no había ninguna probabilidad de escándalo. No, el asunto consistía en que su propia conciencia le impediría aceptar cualquier propuesta de matrimonio sabiendo que la otra persona ignoraba que su virtud no estaba intacta, entonces, si se lo llegara a revelar a alguien, y este no guardaba el secreto, estaría arruinada. ¿A quién engañaba? Ya estaba arruinada.

—¿Quién entrará? — preguntó Damián interrumpiendo sus pensamientos.

Rubí se giró hacia a él con cara de alguien que acababa de recordar que no estaba sola en la estancia. Intentó ajustar su vista a la penumbra del lugar para medio verlo.

—¿Qué?

—¿Acaso no entrará alguien acusándome de haber robado su virtud y obligándome a contraer matrimonio?.

Si no estuviera tan furiosa con él por la seducción y con ella misma por haberse dejado seducir, se habría reído por lo absurda de la pregunta.

—Al menos que sea una nueva moda, dudo que un club de mala muerte sea el lugar idóneo para tender una trampa matrimonial. No se preocupe, su soltería esta a salvo— dijo con desdén.

“Además de que si alguien hubiera deseado entrar lo habría hecho antes de que las cosas llegaran tan lejos” dijo para si misma.

“No puede ser, no puede ser” se repetía a sí misma mientras luchaba con los lazos del corsé, no pudo ajustarlo bien, pero serviría.

—¿Quién es usted? — le preguntó.

—Una persona que prefiere mantener su identidad en secreto.

—¿Qué hacía una joven virtuosa en un lugar como este? — preguntó sin tapujos.

Rubí lo fulminó con la mirada odiándolo en ese momento mucho más que antes, al menos, ya tenía una razón válida para hacerlo.

—Algo que no es de su incumbencia.

—¿Sabe quién soy?

—Sí— no valía la pena ocultarlo.

—¿No le parece justo que yo también sepa quién es usted?

—¡No!

Terminó la imposible tarea de abrocharse el vestido y tocó su pelo. Varias de las horquillas se habían salido de su sitio, sería imposible arreglarlo por lo que se lo soltó todo y se lo sujetó en una cola con uno de sus propios mechones. Tendría que dar muchas explicaciones.

Se giró hacia Aberdeen que seguía semi recostado en la cama en una posición relajada. Claro, la vida era tan sencilla para los hombres, él no había perdido nada.

—Usted nunca me conoció—le dijo— nada de sucedió.

Él no cambio su expresión cuando respondió.

—Dado que desconozco su nombre, no, no la conozco, pero sobre lo de hacer como que nada sucedió…— negó con la cabeza— lo veo imposible cariño, fue una noche maravillosa.

Si hubiera tenido algo a la mano, se lo hubiera lanzado.

—¡Cállese!— le ordenó negándose a pensar en lo ocurrido.

Sin decir nada, abrió la puerta y salió a toda prisa de ahí.

 Damián observó el lugar por donde había escapado la mujer todavía anonadado por lo ocurrido ¡Se había acostado con una virgen!, por más que se lo repetía no podía creérselo, aunque su consciencia lo tenía bastante presente pues no dejaba de reprochárselo.

Se repitió continuamente que no era su culpa, él no sabía que ella era una joven inocente, y ella no debía estar en un lugar como ese si lo era, sabiendo lo que se podía encontrar, pero, una vocecilla en su interior se empeñó en recordarle que la mujer no estaba al principio muy dispuesta a quedarse con él en la habitación y que se había aprovechado de que ella tenía unas cuantas copas encima para seducirla, pero ¡Por Dios!, ¿Cómo iba a saber él que era virgen?, sus intentos por proteger su virtud tampoco fueron muy grandes. No obstante, él no le había dejado muchas oportunidades para quejarse…

Golpeó la cama con el puño para desahogar su frustración y se empezó a vestir.

La ropa de la mujer, su porte y su forma de hablar delataban su buena cuna.  Estaría en un serio problema si eso se descubría, aunque, por la manera en la que le había asegurado que su soltería seguiría intacta y la forma en que se había negado a decirle su nombre, dejaba a entender que la mujer no tenía muchas ganas de ser descubierta, y él no tenía duda del por qué. Si todo eso se volvía un asunto público, él no sería el villano de la historia pues ¿Qué haría una mujer decente en un lugar como ese?. Cualquier Señorita aceptable tendría que estar mal de su cabeza para aparecerse por ahí.

Se dijo que quizás si estuviera mal de la cabeza, o fuera una rebelde sin cura, en cualquiera de los dos casos, no tendría responsabilidad alguna, como ya había dicho, él no sería el villano de la historia, entonces ¿Por qué rayos seguía con el cargo de consciencia? Pensó que el que ella pareciera tan arrepentida de lo sucedido no ayudaba en mucho.

Se dijo que su suerte era envidiable. No había estado con una mujer en meses, y la primera que le había interesado resultó ser virgen, y para peor de males, había pasado una de las mejores noches de su vida con ella, apenas y pudo contenerse para salirse a tiempo y no dejarla embarazada. Al menos tenía ese consuelo, no la había dejado con un hijo suyo en el vientre, pero saberlo no le servía de mucho.

La encontraría, juró. No sabía como, pero lo haría, y cuando lo hiciera, se aseguraría de conocer los motivos que la llevaron a ese lugar y por ende a su cama. Cuando lo hiciera, decidiría si era necesario reparar el daño o no.

Atravesó la habitación para salir, pero en medio camino, vislumbró, en medio de la penumbra, un brillo en el suelo de la habitación. Se acercó para ver mejor y se encontró con lo que brillaba era un rubí. Un rubí incrustado en un anillo de oro estaba tirado en el suelo, en el lugar exacto donde había estado la ropa de la mujer.

Lo recogió. El rubí tenía una excepcional forma de corazón y algo en él se le hizo conocido. No podía recordar donde lo había visto antes, pero lo había visto, de eso estaba seguro.

Se lo guardó en el bolsillo del chaleco y salió con la seguridad de que esa misteriosa joya lo ayudaría a encontrar a la mujer.

*********

Una vez en el salón, Rubí se dispuso a buscar a Topacio con la mirada. Acababa de decidir que nadie, y eso incluía a su hermana y a sus primas, se enteraría de lo sucedido. No importaba cuantas mentiras tuviera que decir para ello, nadie se enteraría.

Todavía no podía creer lo que había ocurrido. Cada vez que lo recordaba, se convencía más de que había perdido la cabeza y que debería estar internada en un centro para enfermos mentales.

Localizó el vestido de Topacio a unos pocos metros suyos y se dispuso a ir tras ella.

En el camino, repasó mentalmente las posibles mentiras que diría en respuesta a las posibles preguntas que formularía Topacio al verla. Odiaba mentir, y no podía decirse que lo hiciera muy bien, pero en este caso no le quedaba de otra y tendría que hacer lo posible para sonar convincente o la atormentaría hasta que confesara todo.

Cuando la alcanzó, las escusas se esfumaron temporalmente de su mente al ser consciente de que su prima ya no estaba sola.

—¿Tú qué haces aquí? — le preguntó con tono acusador a Zafiro.

De ella tres, Zafiro era la que mejor se adaptaba en la sociedad. Poseía una belleza tan encantadora como las demás. Su pelo rubio, facciones delicadas, y ojos tan azules como el cielo de la noche venían atrayendo desde la temporada a un sinfín de caballeros que se disputaban su mano. Era la más capacitada para convertirse en una buena esposa. Sabía todo lo que una dama debía saber y en pocas palabras solo se podría describir como perfecta, siendo su único defecto, al menos para la mente masculina, su inteligencia. Tenía una inteligencia aguda. Era capaz de resolver grandes ecuaciones matemáticas, tenía un impresionante conocimiento de historia, hablaba griego, latín y frances a la perfección,  y sobre todo, seguramente ella si sabría distinguir a un desgraciado cazador de dote de un verdadero caballero. Sí, era perfecta, pero también era una aguafiestas, no era capaz de hacer, al menos por iniciativa propia, algo que se considerara socialmente incorrecto, por ende, a Rubí le esperaba un buen sermón de su parte en ese momento.

—Vino a quitarnos la diversión— respondió Topacio todavía pensando en lo bien que se la estaba pasando en la mesa de juego.

Zafiro entrecerró los ojos y miró alternativamente a sus primas con la rabia brillando en sus ojos.

—Son las dos unas malagradecidas— les reprochó cruzándose de brazos— vine aquí para evitar que se vieran involucradas en un escándalo y solo recibo a cambio reproches. La pregunta correcta sería, querida prima ¿Dónde rayos estabas tú?

Rubí se mordió el labio como hacía que estaba nerviosa y luego miró a sus primas. Zafiro estaba como en pocas ocasiones verdaderamente furiosa y Topacio… Topacio la examinaba meticulosamente deteniéndose en su cabello, notando claramente el cambio de peinado. Rubí solo pudo agradecer que no mencionara el asunto.

—Yo… yo estaba buscando a Topacio.

Zafiro entrecerró los ojos y la miró como si estuviese determinando que tan cierto era lo que decía.

—Te hemos buscado por todo este club al menos tres cuartos de hora, lo hemos recorrido entero dos veces ¿Cómo es que entonces no dimos contigo?

—El club es muy grande, yo podía estar por un lado mientras ustedes estaban por otro.

Su mente estaba teniendo dificultad para dar respuesta claras, después de todo el alcohol no había desaparecido por completo y eso debió darse a entender en su voz porque Zafiro preguntó.

—¿Ha estado tomando?

—Solo una copa— multiplicada por cuatro.

Zafiro resopló, la miró con la duda hacia su respuesta presente en la mirada, pero no objetó más y se limitó a decir.

—Salgamos de aquí.

Cinco minutos después, Zafiro había despedido al coche de alquiler que había parado para seguirlas, y se montó con ella en el carruaje.

Durante todo el camino, Rubí no fue consciente de nada que no fueran sus pensamientos. Seguía sin poder comprender como había podido permitirse llegar tan lejos, pero sobre todo, no podía entender su forma de responder ante cada toque y cada beso de Aberdeen. No podía explicar el placer exquisito que obtuvo en sus brazos y eso le asustaba más que el hecho de haber perdido su virtud.

Cuando llegaron a su residencia en Mayfair, cuidaron de abrir la puerta con el mayor sigilo posible y se quitaron las zapatillas para hacer el menor ruido posible a la hora de trasladarse a sus habitaciones. Sin embargo, apenas habían cruzado parte del vestíbulo cuando se escuchó el chasquido de una cerilla, inmediatamente después, el oscuro vestíbulo esta iluminado por el resplandor de una vela.

Comentarios

  1. Gracias por el capítulo y por favor sigue escribiendo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo siento cariñó, pero esto es solo una muestra.

      Eliminar
    2. Osea que la historia solo es hasta ahi o hay mas capitulos, teencontre en wattpad y debo decir que eres una de las mejores escritoras de las que he leido sus libros, te felicito, pero me gustaria que continuara la historia.

      Eliminar
  2. Me gustan mucho como escribe... Son muy buena felicitaciones....

    ResponderEliminar
  3. Donde puedo conseguir los libros completos, te lo agradecería

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Arrebatadora inocencia - Catherine Brook.

Novelas Catherine Brook

Arrastrada hacia el altar - Catherine Brook.