Capítulo tres - La pequeña Malone - Mariam Orazal


El carruaje se detuvo frente a Holbrook House y Lauren sintió su corazón oprimirse ante la inminente despedida. Se arrellanó inconscientemente en los cómodos asientos de cuero color caramelo y fijó la mirada en el interior forrado de satén azul cobalto floreado con tiras de pasamanería dorada. Era un coche muy lujoso en su interior, aunque por fuera lucía un desapasionado negro brillante.

Lord Collington se bajó del carruaje y lo rodeó. Abrió la portezuela e introdujo su fuerte brazo dentro del elegante espacio para ayudarla a bajar. Ninguno de los dos llevaba los guantes puestos, por lo que, por primera vez en su vida, iba a tocar la piel desnuda del vizconde de Collington, lo cual era de lo más incorrecto, y también excitante. Las numerosas veces en que la había invitado a bailar, porque él siempre hacía sus mejores esfuerzos para que no se sintiese un florero en las fiestas, ambos habían llevado las manos cubiertas. Incluso aquella vez, cuando cayeron juntos mientras montaban los adornos de Navidad en Haverston Manor, las gruesas ropas de invierno habían impedido un contacto tan íntimo.
Con un nudo de nervios palmeando en su estómago, Lauren cerró los ojos y posó su pequeña mano blanca en aquella que se le ofrecía, mucho más oscura y fuerte que la suya. El estremecimiento que comenzó en la punta de sus dedos y terminó en la raíz de su cabello, fue poderoso y fugaz. Imprimió algo de fuerza en su apoyo y bajó del carruaje ayudándose del pequeño escalón colgante del lateral.
—Será mejor que no te ofrezca mi brazo. Cualquier fórmula de cordialidad no haría más que llamar la atención sobre el hecho de que eres una dama, a pesar de tu apariencia —argumentó Marcus.
—Es muy acertado, milord —coincidió ella repasando una vez más su atuendo de ladrona, tan poco apropiado.
Caminaron uno al lado del otro por la ancha acera hasta la puerta de Holbrook House. Al llegar a la zona iluminada de la entrada se volvió y le dirigió una tímida sonrisa a su acompañante. Jamás se había sentido tan nerviosa, pues nunca había estado a solas con un hombre, y menos con este hombre; a pesar de la familiaridad con la que la trataban en casa de Megan, Lady Haverston era una mujer que cuidaba el cumplimiento de las normas del decoro, por lo que jamás habían compartido ningún momento sin la compañía de terceras personas.
Y ahora tenía que despedirse de él, sin llegar a explicarle que no volverían a verse. Sintió que su corazón se resquebrajaba, pero se negó a dejarle hueco a la desesperación. Ahora era el momento de agradecerle todo lo que había hecho por ella a lo largo de todos aquellos años, no de dejarse llevar por la melancolía. Irguió la cabeza a la luz de los faroles de la entrada y se prometió que no le haría sentir incómodo con una lacrimógena escena.
—No sabes cuánto te agradezco... —La mano de Marcus se levantó de forma imprevista y su expresión se convirtió en puro hielo. Lauren no se asustó cuando esa mano, sin guantes, le tocó la mejilla y casi sintió derretirse su cuerpo, hasta que fue consciente de lo que Marcus acababa de ver en su rostro.
Se tensó con horror y, sin plena consciencia, desvío la mirada hacia la izquierda. Los ojos de Marcus siguieron la dirección de los suyos hacia la ventana iluminada de la biblioteca y su expresión se volvió más furiosa, si eso era posible.
Sin mediar palabra, el dulce contacto en su mejilla desapareció y aquella misma mano le sujetó con delicadeza por el antebrazo. Con la otra, el vizconde golpeó con énfasis la puerta de su casa.
—Marcus, por favor... —Nunca lo llamaba por su nombre, pero, llegado aquel punto, Lauren estaba aterrorizada y olvidó mantener las reglas de tratamiento que se había esforzado en mantener durante años. Nada de milord o Lord Collington en situaciones catastróficas.
¿Qué iba a hacer? Se había puesto lívido al ver su cara enrojecida y la herida en su ceja, porque no le cabía la menor duda de que su cambio de actitud se debía a eso.
—No hay favor que valga —replicó iracundo.
Un segundo después Hannah abrió la puerta con cara somnolienta. Aún vestía ropa de calle, por lo que era muy probable que la pobre mujer estuviese esperando su vuelta sentada en una silla. La doncella tomó aire con alivio y enseguida disimuló su reacción cuando fue consciente de la presencia de Lord Collington.
—Buenas noches, su señoría —dijo Hannah bajando la mirada al suelo con sumisión. —Gracias por traer sana y salva a la señorita.
Lauren se quedó pasmada por el atrevimiento de su doncella, que sabía de sobra, porque Lauren y su madre le habían insistido innumerables veces, que no debía dirigirse directamente a las visitas a no ser que se le pidiese expresamente. No era correcto. Pero no tuvo tiempo para recrearse en su asombro porque Marcus entró en tromba con ella al recibidor y, acto seguido, comenzó a tirar de su mano en dirección a la luz que habían visto iluminando la biblioteca ante la incrédula mirada de Hannah. Evidentemente, Lord Collington también tenía sus arranques de incorrección.
Encontraron a Lord Holbrook en una postura que empezaba a ser un clásico: cuerpo desparramado en el sillón frente a la chimenea apagada, vaso de whisky en la mano derecha, mano izquierda sujetándose la cabeza, ojos y nariz roja y camisa con los faldones por fuera. Ni siquiera el impacto de la puerta contra la pared al abrirse consiguió sacarlo de aquel estado de desidia y abandono al que se sometía constantemente.
—Collington. —Su padre levantó la mirada y pronunció aquel nombre como si hubiera estado esperando la visita, mientras el hombre a su lado irradiaba tensión por encima de sus costosas y elegantes ropas. A Lauren no dejaba de fascinarle con qué parsimonia enfrentaba su padre el hecho de que otro hombre se presentara en su casa con su hija vestida como un muchacho y sacando, casi, la puerta de sus goznes.
—Hay que ser malnacido para quedarse tirado bebiendo en un sillón de forma disipada mientras que una jovencita de veinte años le soluciona a uno la vida —expuso Collington con voz firme y belicosa.
Su padre levantó el vaso en un gesto de despreocupación mientras Lauren sentía que se ahogaba de angustia. Ahora ya tenía claro lo que quería Marcus al entrar con ella en casa...
—Nadie la mandó. Esa... "jovencita" hace lo que le da la gana —dijo el vizconde con un desprecio tan patente que Lauren sintió más vergüenza de la que había sentido en su vida. No es que le doliese esta nueva muestra de inquina, pero le humillaba enormemente que el respetadísimo Vizconde de Collington fuera testigo de ella.
—Señorita Malone —dijo él con voz marcada por la ira, mientras la presión sobre su mano se incrementaba—, ¿podría salir un momento? Tengo que hablar con... este señor.
Lauren buscó la mirada de Marcus y se estremeció ante la furia que bullía allí. Le lanzó una mirada suplicante y después dejó caer sus ojos hasta las manos unidas. Él la soltó del férreo apretón y tomándola por los hombros la giró hacia la puerta.
—Lauren, sal, por favor —farfulló en su oído—. ¿Por qué no subes a descansar?
—Pero... —protestó débilmente.
No quería dejarlos solos. Por algún motivo presentía que la catástrofe estaba a punto de desatarse en aquel salón. Otra más.
Puede que Marcus no la oyese, o que estuviese tan furioso que no le importaba si tenía algo que objetar; el caso es que la empujó hasta dejarla fuera de la biblioteca y cerró la puerta a su espalda. Lauren se quedó con la vista fija en el suelo de madera desnudo, donde otrora habían lucido alfombras de Aubusson, y se preguntó qué clase de conversación querría mantener Lord Collington con su padre. ¿Iba a reprenderle por haberla golpeado? ¿Había sabido que era el su agresor solo porque había desviado la vista hacia la biblioteca? ¿Iba a reprocharle su debilidad por el juego? ¿Por qué tendría él que preocuparse por semejantes cosas? Las mismas preguntas se agolpaban una y otra vez en su cabeza con creciente preocupación.
Se asustó al escuchar un ruido procedente del fondo de la escalera de servicio, pero se tranquilizó al encontrar a Hannah en la penumbra, con las manos prendidas nerviosamente de su falda. Cuando la doncella la vio allí fuera se dirigió presurosa hacia ella.
—Milady, ¿os encontráis bien? Tenéis un semblante muy pálido.
Hannah siempre utilizaba con ella este tratamiento, aunque solo las hijas de los duques, marqueses y condes recibían el título de ladies. Hannah siempre había sido una mujer con aspiraciones, una francesa con gran reputación que podía haber trabajado al servicio de un duque gracias a sus magníficas cartas de recomendación. Se había quedado en Holbrook House por lealtad a su madre, quien en una ocasión la había salvado de ser maltratada por su anterior patrón. Cuando la llamó por primera vez "milady" y Lauren la corrigió, ella le explicó que era mucho más digna de respeto y admiración que las hijas de aquel cruel marqués para el que había trabajado también concluyó que, si ellas eran llamadas milady, entonces Lauren era sin duda una lady de la cabeza a los pies. Aquella lealtad fue creciendo a lo largo de los años y, cuando Lady Holbrook falleció, Hannah se convirtió en el único apoyo y fuente de cariño para Lauren en aquella solitaria mansión. Su afecto y su guía habían sido una piedra angular en su vida durante los últimos dos años.
—Él... Se ha encerrado en la biblioteca con mi padre —susurró, aún confusa—. Estaba demasiado enfadado, Hannah. Nunca lo había visto así.
—¿Lord Holbrook? —preguntó la doncella.
—No. Lord Collington —respondió.
La expresión preocupada de Hannah desapareció y fue sustituida por una media sonrisa complacida.
—Comprendo. Deberíais sentaros, milady. Y yo debería traeros un vaso de leche caliente. Os ayudará a relajaros. El té no es adecuado para estas horas de la noche. Os altera demasiado, según he observado. — A medida que hablaba, Hannah la iba conduciendo por los hombros con tranquilidad, pero con decisión a la pequeña sala de visitas que se hallaba junto a la escalera principal. Lauren se detuvo justo en la puerta y clavó los pies en el suelo.
—Esperaré ahí —dijo señalando la silla que había junto a la puerta y dónde en otro tiempo había esperado el mayordomo a que sus señores volvieran de las veladas nocturnas: no quería perderse la salida de Marcus de la biblioteca.
Hannah le dedicó una mirada resignada y asintió. La ayudó a sentarse, pues todavía estaba un poco aturdida e inestable, y después desapareció por el pasillo del ala izquierda en dirección a la cocina.
Era absolutamente increíble todo lo que había ocurrido en un solo día. Y lo más absurdo de todo era que Marcus Chadwick la hubiese llevado a casa y ahora estuviese encerrado con su padre diciéndose solo Dios sabía qué cosas. Pasados unos minutos, el silencio procedente de la biblioteca empezó a ponerle los pelos de punta. No se oía una voz más alta que otra, ni ruido de muebles, ni de copas; cosa que debería tranquilizarla, pues solo podía significar que la conversación se desarrollaba en buenos términos. Sin embargo, su intuición tenía prendido un grito de alarma, y un nudo en sus entrañas le decía que algo terrible estaba ocurriendo allí adentro.
La curiosidad fue tomando poco a poco el control sobre el resto de la personalidad de Lauren Malone y, sin ser muy consciente de ello, se levantó y se acercó con pasos lentos y vacilantes a la puerta cerrada a cal y canto. De repente el vestíbulo parecía haber crecido en tamaño pues el tiempo se hizo eterno y el silencio ensordecedor mientras cruzaba el espacio abierto ante las escaleras. Faltaba cuatro pasos escasos para llegar a la entrada cuando la puerta se abrió con el característico estruendo de las puertas de madera que no cierran bien. La sorpresa en el rostro de Marcus combatió en intensidad con la suya propia, pero fue Lord Collington quien primero se repuso.
—Señorita Malone... —saludó con una imperceptible reverencia— íbamos a enviar en su búsqueda.
¿A quién?, se preguntó Lauren. No era como si Holbrook House tuviese un regimiento de criados a quienes destinar esta encomienda. Si querían que alguien la localizase en aquella decadente mansión tendría que llamar a Hannah a gritos, pero eso él no lo sabía. Se removió inquieta ante la mirada grave en el apuesto rostro de Marcus, pero fue incapaz de moverse.
—Pase, por favor. —insistió él, dejándole espacio para que entrara—. Tenemos que hablar.

Y el corazón de Lauren dejó de latir.

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